
Calificado como “Día de La Raza”, ligado a la manipulación Panamericana, en la actualidad es una buena instancia de revisión histórica. Además, dio origen a una serie de artículos que se publican desde hace más de un cuarto de siglo en el Diario “La Prensa”, de Curicó…
Por José Blanco Jiménez
Profesor y Doctor en Filosofía

Cuando esa calurosa tarde que volvía de Hualañé (donde había ido a entrevistar al alcalde para exponerle la idea del monumento a Lautaro en el cerro Chiripilco), pasé por Curicó a tomar el tren para volver a Santiago, decidí visitar las oficinas del Diario “La Prensa”.
Han pasado casi 30 años y me recibió el mismísimo don Manuel Massa Mautino, su director, que me invitó a colaborar en sus páginas.
Con motivo del Quinto Centenario del arribo de Cristóbal Colón a nuestro continente, había una serie de iniciativas editoriales y “La Prensa” había colaborado con un volumen que recogía los artículos escritos por Darío de la Fuente Duarte, un antiguo amigo de mi padre y vecino nuestro hasta su muerte, acaecida hace poco.
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Julio Verne
Francia: 1828-1905
En el mes de septiembre de 185…, llegué a Francfort. Mi paso por las principales ciudades de Alemania se había distinguido esplendorosamente por varias ascensiones aerostáticas; pero hasta aquel día ningún habitante de la confederación me había acompañado en mi barquilla, y las hermosas experiencias hechas en París por los señores Green, Eugene Godard y Poitevin no habían logrado decidir todavía a los serios alemanes a ensayar las rutas aéreas.
Sin embargo, apenas se hubo difundido en Francfort la noticia de mi próxima ascensión, tres notables solicitaron el favor de partir conmigo. Dos días después debíamos elevarnos desde la plaza de la Comedia. Me ocupé, por tanto, de preparar inmediatamente mi globo. Era de seda preparada con gutapercha, sustancia inatacable por los ácidos y por los gases, pues es de una impermeabilidad absoluta; su volumen -tres mil metros cúbicos- le permitía elevarse a las mayores alturas.
El día señalado para la ascensión era el de la gran feria de septiembre, que tanta gente lleva a Francfort. El gas de alumbrado, de calidad perfecta y de gran fuerza ascensional, me había sido proporcionado en condiciones excelentes, y hacia las once de la mañana el globo estaba lleno hasta sus tres cuartas partes. Esto era una precaución indispensable porque, a medida que uno se eleva, las capas atmosféricas disminuyen de densidad, y el fluido, encerrado bajo las cintas del aerostato, al adquirir mayor elasticidad podría hacer estallar sus paredes. Mis cálculos me habían proporcionado exactamente la cantidad de gas necesario para cargar con mis compañeros y conmigo.
Debíamos partir a las doce. Constituía un paisaje magnífico el espectáculo de aquella multitud impaciente que se apiñaba alrededor del recinto reservado, inundaba la plaza entera, se desbordaba por las calles circundantes y tapizaba las casas de la plaza desde la primera planta hasta los aguilones de pizarra. Los fuertes vientos de los días pasados habían amainado. Ningún soplo animaba la atmósfera. Con un tiempo semejante se podía descender en el lugar mismo del que se había partido.
Llevaba trescientas libras de lastre, repartidas en sacos; la barquilla, completamente redonda, de cuatro pies de diámetro por tres de profundidad, estaba cómodamente instalada: la red de cáñamo que la sostenía se extendía de forma simétrica sobre el hemisferio superior del aerostato; la brújula se hallaba en su sitio, el barómetro colgaba en el círculo que reunía los cordajes de sostén y el ancla aparecía cuidadosamente engalanada. Podíamos partir.
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¡Excelente! Una lección de buen cine, presentando un Chile real, con personajes reales y sentimientos reales. Fotografía y música impecables acompañan un relato cautivador.
Por JOBLAR
Miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile

¿Cuántas perspectivas de lectura tiene un film de tres horas con 15 minutos?
Disfrutando cada uno de ellos, se puede seguir un relato que combina pasado y presente sobre todo si los intérpretes constituyen duplas magistrales, como en este caso: Julio Jung / Mauricio Riveros, Sergio Hernández / Diego Pizarro, Arnaldo Berríos / Pablo Schwarz.
Porque los personajes están allí y no cabe duda que son ellos: el “pingüino” Pancho Veloso evolucionó probado por la vida; Miguel y Luciano siguieron siendo los mismos. No se nota la diferencia porque ellos no son los actores: son los personajes.

Yo también viví en Castro cuando niño, por razones de trabajo de mi padre, me fui hace 62 años y nunca he vuelto. Volver a ver en esta película esa naturaleza incontaminada, esas casas de madera, me sobrecogió: fue volver con el pensamiento a un mundo que quedó atrás. Mi salida no fue traumática como la de Pancho, pero sé que —si vuelvo— será una experiencia parecida a la de ese escritor que se reencuentra con su pasado.
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