Este artículo fue publicado íntegramente por primera vez en
la revista QUINCHAMALI Artes-Letras-Sociedad Nº 23
Segundo Semestre 2020. Páginas 110-115. Universidad
del Bio-Bio
¿HUBO UN TREN EN CHILOÉ?
Medardo Urbina Burgos
Cuando el escritor Juan Pedro Miranda, autor del libro “Entre Barcos y Trenes”, entrevistado en una radio de Río Gallegos, Argentina conversaba sobre el tren de Chiloé, llamó una persona a la radio mencionando airadamente que:
---Esa persona era un mentiroso porque nunca había existido un tren en Chiloé.
Y una reacción así, no es tan rara porque en la Isla Grande no queda casi ningún vestigio de la existencia de dicho tren y las nuevas generaciones ignoran ese pasado glorioso del “trencito de trocha angosta” que circuló entre las ciudades de Ancud y Castro entre 1912 y 1960, dejando entre sus habitantes un cariño profundo y una nostalgia difícil de borrar en las personas que sí lo conocieron y viajaron en él.
La fiebre del ferrocarril
El ferrocarril de Chiloé surgió como idea a fines del siglo XIX en el Gobierno de José Manuel Balmaceda (1889-1891) gobernante que pretendía unir casi todo Chile por medio del ferrocarril. Hacia el sur, el tendido de rieles debía llegar desde Santiago a Puerto Montt y esta obra gigante debería venir aparejada con progreso y desarrollo para el país. Fue en ese tiempo en que se construyó el Viaducto del Malleco, cuyo diseño ingenieril estuvo a cargo de Victorino Aurelio Lastarria. El puente fue construido por partes en Francia. Una vez que fue desembarcado en Valparaíso, fue conducido por tren al lugar (Collipulli) y armado entre 1889 y 1890. Fue inaugurado el 25 de Octubre de 1890 por el Presidente José Manuel Balmaceda. Esta obra magna permitió vincular por la vía férrea a todo el sur de Chile con el Chile Central.

Se derribó árboles y se amplió el antiguo "Camino de Caicumeo", se niveló el suelo y se estabilizó la base para los durmientes y el tendido de rieles. En la fotografía, carreta tirada por bueyes, transporta durmientes hasta el extremo de los rieles. Fotografía de alrededor de 1909 en algún lugar de la avanzada entre Castro y Ancud.
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Recibí esa tarde una llamada telefónica de mi hermano Rodolfo, el historiador y académico de la universidad Católica de Valparaíso, el mismo que mantiene al día la mayor y mejor bibliografía sobre temas chilotes conocida. Él me decía que había recibido un libro extraordinario sobre las antiguas lanchas veleras chilotas y agregó al final de su comentario: “¡ No puedes dejar de tener un ejemplar!”
Pues bien, me comuniqué con el autor y esa misma semana recibí el libro. De tapas duras, de gran formato, el libro me impresionó por su belleza. Lo fui hojeando y quedé capturado. Primero por la belleza de las imágenes -sin duda, ya que el autor es Profesor de Fotografía del DUOC. Universidad Católica de Chile-; veleras chilotas a todo andar, con las blancas velas desplegadas al viento, “volando sobre las olas” inclinadas, en medio del azul del mar de los canales chilotes, contrastadas contra las cumbres andinas azules, lejanas o contra los glaciares australes o bien en medio mismo de los témpanos de la Laguna San Rafael en hermoso contraste frente al río de hielo milenario. No una velera, sino más de 20 embarcaciones, navegando juntas. Y luego fui leyendo cada uno de los artículos escritos por variados autores, profundos conocedores del tema, navegantes unos, fotógrafos otros, un geólogo que llega a ser poeta de la navegación, periodistas, el Rector de la Pontificias Universidad Católica de Chile de Santiago, capitanes y expertos marineros como José Antonio Garnham o Erik Klohn o Pablo Katz o Luciano Fernández… en fin, cada uno de los cuales logra encantar al lector con sus textos que traducen sus profundas concepciones y experiencias en la navegación con las veleras chilotas y sobre todo un profundo conocimiento del campesino de bordemar, del capitán de esas viejas lanchas, del marinero…en fin, del “lobo marino chilote”.
Presentan el libro Don Ignacio Sánchez Diaz, Rector de la Pontificia Universidad Católica, y Don Carlos Diaz Vergara, Rector del DUOC. Ambos destacan la importancia de estas embarcaciones veleras en la conquista y colonización de los territorios australes, las costas inexploradas de la Patagonia chilena por estos arriesgados chilotes en solitario o llevando consigo a sus familias; adentrándose en aquellos mares inhóspitos y fríos, ventosos, tormentosos e inciertos, en busca de mejores recursos presentes y pródigos en la naturaleza austral, en busca de nuevos parajes, de nuevos puertos, de remansos amables, provistos de ríos y cursos de aguas, donde acampar, donde levantar una choza, donde encender la primera hoguera de la colonización austral… hicieron patria silenciosamente en estas rudas embarcaciones veleras. Sobre la cubierta, junto al timón, atisbando el horizonte, el capitán chilote: y bajo cubierta, en el corazón de la lancha, la familia, reunida en torno al brasero, preparando el mate y la comida con los mínimos elementos de sobrevivencia, con la sola filosofía de conquistar un trozo habitable en algún paraje, en alguna isla en la inmensidad desconocida del territorio insular austral.
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“Acaba de fallecer en Chiloé uno de los más conocidos estudiosos y difusores de la cultura chilota ( fue una de las figuras más conocidas y difundidas por la televisión, en temas de la cultura Chilota): el escritor , poeta, profesor, investigador y prominente difusor de la Cultura del Archipiélago chilote, RENATO CÁRDENAS. Lamentamos su deceso tan temprano, en una edad en que los investigadores tienen mucho que entregar, decir, informar, enseñarnos. La causa fue un cáncer de esófago detectado tardíamente y sobre el cual nada más pudo hacer la Ciencia Médica. La obstrucción esofágica no le permitió ingerir ni siquiera el agua durante los últimos 6 meses de su larga agonía. Lamentamos su partida pero valoramos su gran aporte al conocimiento de Chiloé en variadísimos aspectos, evidenciados a través de sus numerosas publicaciones.
Hemos recibido hoy un semblanza de Renato Cárdenas, escrita por el Dr. Carlos Trujillo Ampuero, a quien agradecemos la deferencia y el valor de este texto, y agradecemos también la autorización para publicarlo en nuestra página de Editorial Okeldan.
Medardo Urbina Burgos.”

"Propusimos talleres con los estudiantes. Nosotros seríamos sus entrenadores. Yo traía la experiencia del grupo de la universidad en Valparaíso. Así nació el Aumen, El Eco de la Montaña. Nos interesaba, con Carlos Trujillo, el sonido lingüístico de Chiloé. Fue el primer abrazo con nuestra tierra. Con los jóvenes hacíamos poesía, con los viejos conversábamos y rescatábamos ese mundo arcaico que se desprendía vertiginosamente de Chiloé. Así nacieron dos libros: Apuntes para un Diccionario de Chiloé y Caguach, isla de la Devoción. La poesía corría por su propia vertiente en nuestras manos y las de nuestros estudiantes. En estas incursiones íbamos comprendiendo de manera más holística nuestro territorio, su cultura, y nuestros pasos se volvían impronta, dándole sentido a nuestras vidas.
Pasé a la etnografía sin saberlo, sin abandonar la literatura. Pero cada fragmento de territorio y cada hombre/mujer de aquí atesoraba piezas culturales más interesantes que las que yo podía ofrecer. Me fui volviendo así una suerte de amanuense de los campesinos chilotes. Contador de sus historias, de sus creencias, de las vivencias que este archipiélago y sus andanzas les entregaron. Devinieron publicaciones. Las primeras, las imprimíamos, encuadernábamos y vendíamos nosotros mismos. Hacíamos recitales de poesía, de música. Montábamos obras de teatro hechas por nosotros mismos.
Todo esto se construía mirando siempre de soslayo. La dictadura invadía todo espacio público y privado; husmeaba en nuestra intimidad. Lo no cotidiano era sospechoso. No éramos dueños de la ciudad ni de nuestras casas. Ése ha sido nuestro exilio interno.
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